miércoles, 8 de febrero de 2012

Benito Mussolini

Mussolini no sería más que el típico niño pequeño que busca ser el centro de atención y la permanente necesidad de aprobación por parte de los demás. Aún de mayor, era una persona insegura; lo que hacía que encajara muy bien los halagos y muy mal las críticas. Era una persona muy introvertida, solitaria y orgullosa, aspectos de su personalidad que se agravarían al convertirse en dictador. No obstante, tenía cualidades: era un orador carismático, un magnífico periodista: se expresaba con un lenguaje simple y claro, era ordenado y muy sistemático, y tenía una autoridad innata que le hacía destacar sobre los demás. Fueron dotes que le vendrían muy bien en su ascenso al poder. Reconoció su admiración por Churchill, temor a Hitler y desprecio hacia Franco.

Lo que hizo Mussolini no se puede achacar sólo a su personalidad, sino que hay que comprender el contexto en el que vivió: Mussolini nace en 1883 en Romaña, región central de Italia que en la que el anticlericalismo y el republicanismo eran las corrientes que predominaban. Su padre, concejal socialista que tenía relación con los líderes de la izquierda, había estado en prisión por sus ideas anarquistas y Benito lo admiraba; su madre, por el contrario, era una mujer devota, responsable y profesora de una escuela de primaria. La familia de Mussolini era culta y sin problemas de dinero. Las lecturas de Mussolini estaban llenas de propaganda socialista y autores románticos que exaltaban la idea de nacionalismo. En 1896, en el contexto de la colonización de África, Italia buscaba su parte del pastel en Etiopía, pero la derrota del ejército italiano frente a los etíopes, obligó a Italia a desistir de sus deseos de colonización, en tanto que el resto de las potencias europeas mantenían la conquista de África. Esta derrota provocó un profundo sentimiento de humillación que avivó el deseo de venganza y a esto hay que sumarle también la “victoria mutilada” que supuso la Primera Guerra Mundial para Italia, que había participado en la contienda y no había recuperado los territorios históricos que se le habían prometido. En cierto modo, ese sentimiento de derrota no pertenecía sólo a Mussolini, sino a todos sus contemporáneos. En 1909, Mussolini había descubierto su verdadera vocación: el periodismo; escribía para la sección local del Partido Socialista y creó un periódico del que sería su director La lotta di clase, un diario revolucionario de corte izquierdista.

Cuando estalló la Primera Guerra Mundial en 1914, Mussolini se había convertido en el director del periódico del Partido Socialista, que se declaraba neutral ante el conflicto. Mussolini, que no estaba a favor de ese neutralismo, rompió sus relaciones con el Partido y se unió a la guerra. En 1919, creará el movimiento fascista a partir de los ex combatientes de la Primera Guerra Mundial y su forma de pensamiento se basó en el heroísmo patriótico y la reforma social. Esta corriente no tardaría en encontrar simpatizantes en la población italiana. Para 1922, los fascistas ya se habían hecho con la mayor parte del país, el único que podía pararlos era el rey Víctor Manuel III, pero también era la clave para llevar a Mussolini al poder. Mussolini ideó la Marcha sobre Roma como un método para presionar al rey y a los políticos; esta Marcha no era más que una “máscara”, Mussolini no tenía la certeza de que fuera a funcionar y de hecho, se quedó en Milán para poder huir si las cosas no salían como él quería. No obstante, tuvo suerte: el rey Víctor Manuel III le concedió el cargo de primer ministro.

Mussolini había accedido al poder y no tardaría en construir un Estado fascista en el que se controló el contenido de los periódicos, se persiguió a los partidos de la oposición, se juzgó a los ciudadanos civiles y se crearon instituciones fascistas. Para 1929, Mussolini había consolidado el régimen fascista que estaba apoyado por la Iglesia y el Estado. Muy pronto el fascismo de Mussolini daría un giro: ahora tenía ansias de extenderse y crear un imperio italiano y el objetivo fue Etiopía, escenario de una batalla perdida hace 39 años. La guerra de Etiopía de 1935 satisfizo los deseos de venganza cuando el ejército italiano obtuvo la victoria. A pesar de esta conquista, Italia seguía siendo una potencia de segunda categoría, ya no sólo en Europa, sino a nivel mundial. Por ello, Mussolini, con toda la intención oportunista, se planteó aliarse con Hitler para continuar con su política expansionista por el Mediterráneo y el Adriático. El Imperio italiano que concebía Mussolini abarcaba las islas de Malta y Córcega, la península de los Balcanes y la parte norte de África (Egipto, Libia y Túnez). En 1942, Mussolini tiene problemas en Túnez con sus tropas y le pide ayuda bélica a Hitler que, poco interesado en las conquistas de Mussolini, se preocupa más por su campaña en Rusia. Llegados a este punto, muchos militares y diplomáticos italianos llegaron a la conclusión de que lo mejor era que Italia saliera de la guerra, pero el mayor obstáculo era Mussolini, que seguía obcecado con su Imperio italiano.

El 10 de julio de 1943, los aliados desembarcan en Sicilia y comienzan a avanzar por el sur de Italia. Ante la imposibilidad de evitarlo, Mussolini decide entrevistarse con Hitler para decirle que Italia no servirá como escudo para Alemania, a lo que Hitler le respondió que Alemania no ayudará a Italia a luchar contra los aliados, sino que ocuparía el norte para esperar el ataque aliado. Hitler se pasó horas hablando sin que Mussolini hiciera ademán de escucharle, esto enfureció al Jefe del Estado Mayor de Italia, que no daba crédito a la incompetencia de Mussolini. Muy pronto se redactó una resolución en la que se instaba a que las instituciones del Estado reasumieran sus funciones; las directrices que había tomado el régimen fascista habían resultado desastrosas para Italia. Mussolini había sido detenido y el partido y las instituciones fascistas habían desaparecido.

Tomado de: Clark, Martin (2007): Mussolini: personalidad y poder, Biblioteca Nueva

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